domingo, 20 de febrero de 2005

Os pido ayuda...

Hace tiempo que no escribo ningún tipo de relato, y anoche, tras una sesión de los Python y de música de los Creedence, parí esta cosa. Os pido que me comentéis, sin tapujos bien en la sección de comentarios, o escribiendo un mail a sfidalgo@e-noticies.com que os parece, por si me dar por seguir en esa línea ir mejorando. A algunos de vosotros os sonará algunas expresiones...

Down on the corner

- ¡Por ahí no!

La bella Lucy gritó angustiada cuando sintió cómo mi erecto falo apuntaba a dónde el aparato digestivo se torna fuente de placer. Pensaba que tras llenar de whisky y cocaína a esa estúpida rubia no iba a negarse a ninguno de mis deseos. Pero ni estaba tan descontrolada, ni estaba dispuesta a dejarse penetrar por la puerta de atrás.

Me acerqué a su oído y le susurré suavemente “o te callas o te crujo”, y entonces se revolvió y me pilló los cojones con la mano derecha y me gritó de nuevo:

- ¡Por ahí no!

Desconcertado ante el giro de la situación. Asentí con la cabeza ante la posibilidad de convertirme en una versión madura de los Niños Cantores de Viena.

- Gilipollas, hazme lo que quieras, pero nada de darme por culo. ¿Lo pillas?

Entre su mirada amenazante y la melodía de los Creedence que sonaba en su puto reproductor de CD, me quedé sin ganas de continuar nuestra encantadora velada.

- ¿Me vas a dejar a medias, cacho maricón? ¿Qué pasa, que si no enculas no te pones? Eres un puto marica reprimido, vete a perseguir niños al parque.

Me vestí mientras la bella Lucy me lanzaba todo su repertorio aprendido en el internado para señoritas bien en el que estudió. Salí dando un portazo mientras recitaba las tendencias sexuales de todos mis antepasados.

¿Cómo cojones había acabado con la bella Lucy? La tipa estaba bien, con un buen par de peras y un culito de los que vuelven loco a cualquier macarra de discoteca, pero era demasiado “chic” para mi gusto. Recuerdo que entré, como cada viernes, en la coctelería “Drink’s”, un local con encanto del Paseo de Gracia, y pedí a Bartolo un irlandés sin hielo. A la tercera copa se me acercó y me pidió fuego.

- ¿Tienes lumbre para una señorita como yo?

Aunque ya estaba tocado por mi afición a los dobles, pensé que era una buscona, porque no es normal que una señora de tan buen ver se acerque a darme palique. Como soy un maldito contable en una aburrida empresa de seguros no podía ser por mi glamour. Pero su ropa era demasiado cara para ser una puta de bar, y decidí no comerme el tarro. Mientras seguía cavilando, volvió a repetir:

- ¿Me vas a dar fuego o vas a esperar a que llegue el juicio final?

Saqué mi llama imperial, el encendedor con el escudo del Real Madrid y le encendí su Marlboro light.

- Gracias caballero. Veo que eres merengue. ¿No eres de aquí?

Otra gilipollas que piensa que todos han de ser del Barça o eres un extranjero. Estuve por decirle que sí, que venía del planeta Putón, dónde había nacido su madre, pero a pesar de las tres copas me frené porque seguía alucinado que una tía tan buena me hablara. Contesté educadamente que era de Girona, y que era del Madrid porque cuando era chaval me encantaban los goles de Santillana.

- Uy, que mayor debes ser. Santillana, me suena a la prehistoria.

Si no hubiera sido por su esplendoroso canalillo, digno de ser admirado por tribus enteras de nubios en celo, se me habría “caído” el whisky sobre su carísima falda. Cómo uno es gilipollas, y por un par de buenas tetas traga con lo que sea, sonreí y dije “le pille en su última etapa”, maldiciéndome a mi mismo mientras decía esta gran chorrada. Ella se dio cuenta que me estaba tragando el orgullo, y subió el listón:

- ¿Cómo puedes ser catalán y seguir a un equipo que nos odia y que nos desprecia como pueblo?

Doble o nada. O me humillaba definitivamente o la mandaba a tomar por culo y me quedaba tan a gusto. Pero aunque mi cerebro pedía guerra, mi polla decidió tomar el mando y musitó de forma entrecortada otra gilipollez.

Ella sonrió satisfecha. Seguro que pensaba como de tontos éramos los tíos y cómo tragábamos lo que fuera por una promesa de polvo, aunque fuera lejana. Me aceptó una invitación, y pidió el malta más caro de la carta. “Joer, tonta no es la niña”, pensé. Tras tres rondas más, todas a mi costa, le musité al oído: “Tengo algo bueno, vamos al lavabo”.

- Espero que no estés hablando de tu micropene.

A esta tiparraca le ponía machacar a tipejos como yo. Debía excitarla hundir en la miseria a pobres diablos, ver como se arrastraban ante su tanga, follárselos y luego devolverlos al arroyo. Pero como mi dignidad acaba dónde empieza un buen culo, sonreí, le guiñé el ojo y nos dirigimos a los aseos. Llevaba suficiente coca para una buena sesión. Nos las metimos con un billete de 20 euros que yo puse, y que ella se quedó (“no te va a salir gratis lo de luego”). Realmente le gustaba hacerse la buscona, a pesar que su bolso ya valía mi sueldo de un mes.

Volvimos a la barra, pagué la cuenta y salimos del local.

- ¿Tienes coche? Asentí, y volvió a la carga:

- Pues iremos en taxi, que no pienso montarme en un coche de mierda.

Carrera hasta la zona noble, que por supuesto pagué yo. Apartamentos de alto standing, un ático. Entramos.

- Dúchate, que a saber dónde has estado, que te vas con cualquiera.

Menos mal que no dijo que olía a mierda. El aseo, una pasada, y la bañera, más grande que mi dormitorio. Tras salir, oigo su voz que sale de una de las habitaciones del fondo. Entro y la veo sobre la cama en combinación y mirándome con mirada lasciva. Nada más acercarme acercó su boca a mi polla y empezó a chuparla. La chica sabía latín, y le puso mucha vocación al asunto. Tras destrozarnos mutuamente las lenguas por todos los rincones de nuestros cuerpos me puse un condón, la miré y...

1 comentario:

castaway dijo...

A mí me recuerda un Dashiell Hammett o un Raymond Chandler a lo gonzo y obsesión pigofílica.