domingo, 3 de abril de 2011
Los años previos a la clandestinidad...
Aprovechando que todavía no ha sido clausurado por las autoridades, que siguiendo su tónica de protegernos a todos de cualquier influencia que ellos consideran maligna – sea cual sea su extraña lógica – nos reunimos en Casa Leopoldo para homenajear la entrada en la cuarentena de otro ilustre miembro de la Asamblea de Majaras. Tuvo mucho mérito el escoger un lugar así, porque se corría el riesgo que los GEOS, los SWAT o cualquier otro cuerpo policial de elite ocupara el lugar en cualquier momento para desarticular un templo en el que se perpetran diversos pecados inadmisibles para el poder establecido: hay elementos taurinos, se bebe alcohol – de calidad y en cantidades ingentes -, se ingieren alimentos que engordan más que el tofú o las algas y, lo más peligroso, se puede reír, charlar, brindar y … PENSAR … en buena compañía. Por suerte, nuestros padres de la patria estarían demasiado ocupados con Libia, y no apareció ningún destacamento militar o policial por el local. Aunque algún día recordaremos estas veladas como los años previos a la clandestinidad, porque seguiremos haciendo lo mismo, pero en algún lugar oscuro, como si de un casino ilegal de Chicago años 30 se tratara.
Tras los saludos y los primeros parabienes en honor del homenajeado, siempre sinceros – sobre todo ante la expectativa de la enésima invitación acumulada, año tras año – llegaron los primeros manjares. Todos los platos, magníficos, con los tradicionales calamares a la romana, jamón y coca con tomate y aceite de oliva virgen, a la cabeza. Tras un apasionante debate encabezado por el Picasso Agent sobre si los guisantes eran o no de Llavaneres – mientras medio grupo debatía sobre su origen, el otro medio no paraba de devorar – llegaron los primeros discursos. El teórico del grupo, el agente Canario, añadió una nueva tesis a su ya amplia nómina de teorías dignas de ser estudiadas en las universidades más avanzadas del planeta, pero como sólo era un esbozo, le permitiremos que la desarrolle como es debido antes de ser difundida como se merece. Cuando llegó la lubina para ocho que iba a ser nuestro segundo plato, el estadio se vino abajo. Magnífica, la mejor que hemos comido allí en los últimos años.
El agente proveniente del norte del País Valencià recibió los elogios de todos los asistentes por su fidelidad tras desplazarse desde su sede central para asistir a la reunión, máxime cuando al día siguiente le volvía a tocar viaje para cumplir con su misión más importante: asegurarse que Piqué estuviera a la noche siguiente en El Madrigal y no de waka-waka. Lo consiguió con creces, para deleite de la hiper-mayoritaria parroquia azulgrana, y no tanto del minoritario sector infiltrado-blanquiazul. Tras los discursos sobre la nobleza del rugby, y los brindis del Agente Tocar Cuixa – el representante de la Asamblea de Majaras en los círculos más poderosos de la actual coalición gobernante – por tan bello deporte, llegó el momento tenso de la noche. Una señora que tenía más arrugas que michelines este humilde juntaletras tocó en el hombro al Agente Peregrino y se quejó por nuestro jolgorio y buen humor. Eso sí, tras el leve contacto físico se fue disparada al lavabo, y un poco más y escuchamos antes la cadena que sus palabras.
Curioso, porque el personal del local, siempre muy atento al bienestar de los comensales, no sólo no hizo ningún comentario durante toda la velada, sino que recibimos algún modesto obsequio en forma de yantar por nuestro buen humor. El cocinero, los camareros y hasta la hija de la propietaria departieron con nosotros, de buen rollo y con amabilidad. Pero hay personas que ni disfrutan, ni soportan que los demás lo hagan. Nuestro hombre salió con elegancia de la situación, como es tradición en él. Pero los dos momentos álgidos de la noche llegaron con los dos discursos principales. El primero, el del Agente Wembley, que hizo un canto a la amistad que nos emocionó a todos, y si no fue el mejor de los que le he oído, poco le faltaba. Ha hecho otros muchos más divertidos, pero no tan emotivos. Y, por último, el del homenajeado, que estuvo vibrante al recordar la importancia de la fidelidad en la amistad, y el compañerismo de los allí reunidos, y en sus palabras se notaba que no nos consideraba como a esos gorrones que se reúnen porque comen gratis. Al contrario, aseguró que era un orgullo poder volver a invitarnos. Todos contentos. Él por pagar, y nosotros por no hacerlo. Las ovaciones fueron estruendosas.
Tras lamentar no acabar la velada, como era costumbre, con puros, puritos o cigarrillos, a causa de la cruzada antitabaco, y tras los cafés y los chupitos y la tradicional ingesta de Bonys y Panteras Rosas, llegó el momento de mirar hacia otro lado mientras la cartera del Agente Pagano se vaciaba. Despedida del personal de Casa Leopoldo, y regalo en forma de Conguitos para ellos. Tras un leve paseo por el Raval, volvimos a acabar en The Quiet Man. Whisky y cerveza y penúltimos coletazos de la velada. Tras unos cuantos brindis, se disolvió el grupo: la mitad hacia sus hogares, la otra mitad prolongó un poco más la noche, pero no en el Luz de Gas, ni en el Rosebud, ni siquiera en Trauma. Acabaron en el Burger King de Canaletas, con unas cervezas en vaso de plástico mientras comentaban todo lo vivido y veían a un buen número de extranjeros semi-cocidos entrar tambaleándose en busca de una hamburguesa que les bajara las docenas de latas de Estrella Dorada ingeridas. Y así acabó la noche...
Tras los saludos y los primeros parabienes en honor del homenajeado, siempre sinceros – sobre todo ante la expectativa de la enésima invitación acumulada, año tras año – llegaron los primeros manjares. Todos los platos, magníficos, con los tradicionales calamares a la romana, jamón y coca con tomate y aceite de oliva virgen, a la cabeza. Tras un apasionante debate encabezado por el Picasso Agent sobre si los guisantes eran o no de Llavaneres – mientras medio grupo debatía sobre su origen, el otro medio no paraba de devorar – llegaron los primeros discursos. El teórico del grupo, el agente Canario, añadió una nueva tesis a su ya amplia nómina de teorías dignas de ser estudiadas en las universidades más avanzadas del planeta, pero como sólo era un esbozo, le permitiremos que la desarrolle como es debido antes de ser difundida como se merece. Cuando llegó la lubina para ocho que iba a ser nuestro segundo plato, el estadio se vino abajo. Magnífica, la mejor que hemos comido allí en los últimos años.
El agente proveniente del norte del País Valencià recibió los elogios de todos los asistentes por su fidelidad tras desplazarse desde su sede central para asistir a la reunión, máxime cuando al día siguiente le volvía a tocar viaje para cumplir con su misión más importante: asegurarse que Piqué estuviera a la noche siguiente en El Madrigal y no de waka-waka. Lo consiguió con creces, para deleite de la hiper-mayoritaria parroquia azulgrana, y no tanto del minoritario sector infiltrado-blanquiazul. Tras los discursos sobre la nobleza del rugby, y los brindis del Agente Tocar Cuixa – el representante de la Asamblea de Majaras en los círculos más poderosos de la actual coalición gobernante – por tan bello deporte, llegó el momento tenso de la noche. Una señora que tenía más arrugas que michelines este humilde juntaletras tocó en el hombro al Agente Peregrino y se quejó por nuestro jolgorio y buen humor. Eso sí, tras el leve contacto físico se fue disparada al lavabo, y un poco más y escuchamos antes la cadena que sus palabras.
Curioso, porque el personal del local, siempre muy atento al bienestar de los comensales, no sólo no hizo ningún comentario durante toda la velada, sino que recibimos algún modesto obsequio en forma de yantar por nuestro buen humor. El cocinero, los camareros y hasta la hija de la propietaria departieron con nosotros, de buen rollo y con amabilidad. Pero hay personas que ni disfrutan, ni soportan que los demás lo hagan. Nuestro hombre salió con elegancia de la situación, como es tradición en él. Pero los dos momentos álgidos de la noche llegaron con los dos discursos principales. El primero, el del Agente Wembley, que hizo un canto a la amistad que nos emocionó a todos, y si no fue el mejor de los que le he oído, poco le faltaba. Ha hecho otros muchos más divertidos, pero no tan emotivos. Y, por último, el del homenajeado, que estuvo vibrante al recordar la importancia de la fidelidad en la amistad, y el compañerismo de los allí reunidos, y en sus palabras se notaba que no nos consideraba como a esos gorrones que se reúnen porque comen gratis. Al contrario, aseguró que era un orgullo poder volver a invitarnos. Todos contentos. Él por pagar, y nosotros por no hacerlo. Las ovaciones fueron estruendosas.
Tras lamentar no acabar la velada, como era costumbre, con puros, puritos o cigarrillos, a causa de la cruzada antitabaco, y tras los cafés y los chupitos y la tradicional ingesta de Bonys y Panteras Rosas, llegó el momento de mirar hacia otro lado mientras la cartera del Agente Pagano se vaciaba. Despedida del personal de Casa Leopoldo, y regalo en forma de Conguitos para ellos. Tras un leve paseo por el Raval, volvimos a acabar en The Quiet Man. Whisky y cerveza y penúltimos coletazos de la velada. Tras unos cuantos brindis, se disolvió el grupo: la mitad hacia sus hogares, la otra mitad prolongó un poco más la noche, pero no en el Luz de Gas, ni en el Rosebud, ni siquiera en Trauma. Acabaron en el Burger King de Canaletas, con unas cervezas en vaso de plástico mientras comentaban todo lo vivido y veían a un buen número de extranjeros semi-cocidos entrar tambaleándose en busca de una hamburguesa que les bajara las docenas de latas de Estrella Dorada ingeridas. Y así acabó la noche...
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