martes, 31 de octubre de 2006
Gibraltar apañó
Lo reconozco: he sido un traidor y he visitado Gibraltar. Y no sólo eso, les he proporcionado dinero, y he contribuido a que la economía de esta colonia de la Pérfida Albión siga funcionando. En mi descargo he de argüir que las compras estuvieron basadas principalmente en el alcohol y las sustancias de alto poder calórico, y supongo que la adicción servirá como atenuante.
La calle principal, “Main street”, es como La Roca Village. Da una sensación de cartón piedra que asusta. Al contrario que otros paraísos del consumo orientado a turistas, como Andorra, el domingo estaban cerradas la mayoría de las tiendas. Y entre las abiertas, la gran mayoría estaban regentadas por hindús o paquistanís. Los precios del alcohol estaban ligeramente por debajo que en España, pero sin asombrar. Eso sí, en un montón de cutre-tiendas tenían whiskies de malta de 80 euros. Yo me incliné por el champán francés, por hacerme el fino y el sofisticado.
En medio de una de las plazas principales de la villa había unos coquetos urinarios públicos, que sorprendentemente tenían papel y estaban razonablemente limpios a pesar que no tenían ningún vigilante. Hice el recorrido desde la frontera hasta el centro en un autobús bastante chungo, de dos pisos y descubierto en la parte de arriba, que seguro que vivió tiempos mejores en Londres en los años sesenta. Unos encantadores especimenes de la Andalucía profunda nos amenizaron el viaje con sus gritos y comentarios. No descubrieron que su conversación no nos interesaba al resto de pasajeros.
Todos los precios, en libras. Todos los carteles, en inglés. Todo muy limpio y ordenadito. Eso sí, casi todos los habitantes hablaban un español perfecto con un acento curioso. En fin, Gibraltar no se si será o no español, pero no se parece mucho a España
La calle principal, “Main street”, es como La Roca Village. Da una sensación de cartón piedra que asusta. Al contrario que otros paraísos del consumo orientado a turistas, como Andorra, el domingo estaban cerradas la mayoría de las tiendas. Y entre las abiertas, la gran mayoría estaban regentadas por hindús o paquistanís. Los precios del alcohol estaban ligeramente por debajo que en España, pero sin asombrar. Eso sí, en un montón de cutre-tiendas tenían whiskies de malta de 80 euros. Yo me incliné por el champán francés, por hacerme el fino y el sofisticado.
En medio de una de las plazas principales de la villa había unos coquetos urinarios públicos, que sorprendentemente tenían papel y estaban razonablemente limpios a pesar que no tenían ningún vigilante. Hice el recorrido desde la frontera hasta el centro en un autobús bastante chungo, de dos pisos y descubierto en la parte de arriba, que seguro que vivió tiempos mejores en Londres en los años sesenta. Unos encantadores especimenes de la Andalucía profunda nos amenizaron el viaje con sus gritos y comentarios. No descubrieron que su conversación no nos interesaba al resto de pasajeros.
Todos los precios, en libras. Todos los carteles, en inglés. Todo muy limpio y ordenadito. Eso sí, casi todos los habitantes hablaban un español perfecto con un acento curioso. En fin, Gibraltar no se si será o no español, pero no se parece mucho a España
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