martes, 28 de junio de 2005
Andanzas palentinas (I)
Comenzaremos con Palencia la Nuit la crónica de mis andanzas por esta capital castellana. El grande entre los grandes Club 38 no me decepcionó. Tal y como recordaba, unos generosos cubatas en vaso grande servidos en una barra llena de recipientes con raciones generosas de gominolas de todos los colores, regalices, cacahuetes, kikos y palomitas. Un sueño hecho realidad, y los manises fueron atacados como debían. La música era digna de un tipejo como yo: Concha Velasco, Pet Shop Boys, Duncan Dhu, Hombres G, Aretha Franklin, un medley de Grease y los imprescindibles Hombres G (mis dos neuronas no retuvieron más información). El siglo XXI no ha comenzado en este local, ni falta que hace.
Debido al siempre traicionero Malibú con piña bailé de forma paquidérmica sobre la sufrida pista de baile. La gente: impresionante. Antes de las tres, carrozones múltiples. Tras las tres, la juventud palentina reuniéndose en uno de los pocos reductos abiertos a esas horas. Pero la música no cambió. Las divorciadas y separadas en busca de carne fresca abundaron en ambos turnos, vestidas para matar y acosadas por los lugareños. Impresionante un tipejo calvo y semimusculoso de 1,80 m que se puso a bailar frotándose contra una señora que no tenía la culpa de las ansías de ese ser, y que tardó cinco segundos en ponerse en la otra punta de la pista.
A las cinco y cuarto abandonamos este templo de la música situado en plena calle Mayor para retirarnos a nuestros humildes aposentos. No hubo fracasos, porque no hubo intentos: nuestros sentidos estaban embotados por la impresionante música y por la letal mezcla de alcohol con chucherías.
Gato Negro y cervecillas
Previamente disfrutamos de unas cervecillas en un local situado muy cerca de la calle Mayor y de la plaza Mayor, la Flandes: rica cerveza con sabor a cereza y cañas de rubia normal refrescantes. No os perdáis tampoco el Gato Negro, que no tengo ni pajolera idea dónde estaba (sólo recuerdo que estaba en una plaza en la que destacaba la redacción de la sucursal palentina del diario El Norte del Castilla), que tenía un ambiente agradable, personal femenino y masculino interesante caña en ristre y unas copas bien servidas.
Debido al siempre traicionero Malibú con piña bailé de forma paquidérmica sobre la sufrida pista de baile. La gente: impresionante. Antes de las tres, carrozones múltiples. Tras las tres, la juventud palentina reuniéndose en uno de los pocos reductos abiertos a esas horas. Pero la música no cambió. Las divorciadas y separadas en busca de carne fresca abundaron en ambos turnos, vestidas para matar y acosadas por los lugareños. Impresionante un tipejo calvo y semimusculoso de 1,80 m que se puso a bailar frotándose contra una señora que no tenía la culpa de las ansías de ese ser, y que tardó cinco segundos en ponerse en la otra punta de la pista.
A las cinco y cuarto abandonamos este templo de la música situado en plena calle Mayor para retirarnos a nuestros humildes aposentos. No hubo fracasos, porque no hubo intentos: nuestros sentidos estaban embotados por la impresionante música y por la letal mezcla de alcohol con chucherías.
Gato Negro y cervecillas
Previamente disfrutamos de unas cervecillas en un local situado muy cerca de la calle Mayor y de la plaza Mayor, la Flandes: rica cerveza con sabor a cereza y cañas de rubia normal refrescantes. No os perdáis tampoco el Gato Negro, que no tengo ni pajolera idea dónde estaba (sólo recuerdo que estaba en una plaza en la que destacaba la redacción de la sucursal palentina del diario El Norte del Castilla), que tenía un ambiente agradable, personal femenino y masculino interesante caña en ristre y unas copas bien servidas.
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