martes, 6 de junio de 2006
¡Qué jóvenes éramos!
Hace unos días participé en la cena conmemorativa del Xº aniversario de mi promoción de periodismo de la Pompeu Jarvard (sí, lo confieso, a pesar de mi cutreaspecto en el fondo soy un chico Pompeu, bello y deseable). Yo llegué a lo campeón, sin acordarme del nombre de casi nadie y preguntando cómo le habían ido las cosas a uno de los camareros al que confundí con un compañero de estudios. Tras saludar a todo Dios, y cómo la cena era tipo buffet (vamos, mesa con comida en medio y campi qui pugui), y uno tenía un hambre canina, durante media hora intenté relacionarme lo menos posible con otros seres humanos, mientras me dedicaba a zampar como un descosido.
El restaurante, que se llama la Sucursal (está en Comerç, casi tocando el paseo del Arc de Triomf) me llegó al alma por tres pequeños detalles: la cantidad de comida que ofertaron fue descomunal, nada de aprovechar el ágape tipo buffet para racanear. Segundo, los carajillos de whisky que se tomaron dos de mis colegas de tertulia eran de Cutty Sark. Tercero, como el 80 % de los asistentes no se tomaron el carajillo (que entraba en el precio), a los cuatro que quisimos repetir no nos lo cobraron, y encima nos dieron una explicación (“hombre, una cosa por la otra, casi nadie lo ha pedido”). Era la postura lógica, pero en hostelería la lógica no siempre es la norma...
De cincuenta seres humanos, sólo una docena llegamos a la siguiente cita, que fue visitar a las 2 AM un local musical de la calle Fusina. La selección melódica era “moderna” pero uno estaba tan cocido, y tan emocionado porque había coñac Príncipe entre la botellería, que ni me enteré de qué cojones ponía el DJ. Estuve hablando del Espanyol con Bernat, de asuntos diversos con Fede y de algo más no recuerdo con quien. El brandy, magnífico, ni garrafa ni nada. Era de verdad.
Siguiente estación, el Magic, en busca de música más acorde con nuestro estado de ánimo. Sólo entramos los cinco magníficos: Albert, Juanjo, Fede, Carlos y servidor de ustedes. La hora, las 3.30 h. Primera tragedia, no hay coñac. En fin, habrá que mezclar y el Cutty Sark es siempre una buena opción. Seguimos arreglando el mundo. Nos abandonan Albert y Juanjo. Los tres últimos de Filipinas vamos a la pista, menda luciendo su camiseta FBI (Fòrum Blanc i Blau d’Internet). Las rondas se suceden y voy a la barra a pagar la mía. Me sirven las tres copas, y juraría que el camarero (a pesar de mi evidente estado etílico) no me las cobró, ante el gesto de alguien que no recuerdo quien era. ¿Sería por mi belleza natural? ¿Sería por el escudo del Espanyol que llevaba en la camiseta? ¿Sería por lástima ante mi estado lamentable? ¿Sería porque soy amigo de alguien que es habitual y se acordaban de mi careto? Sea por lo que sea, volveré por allí a dejarme los euros por este detalle...
Cerramos el local, paseo en zigzag. Taxi. Llegada a casa a las 7.20 AM. Sigo vivo. ¡Albricias!
El restaurante, que se llama la Sucursal (está en Comerç, casi tocando el paseo del Arc de Triomf) me llegó al alma por tres pequeños detalles: la cantidad de comida que ofertaron fue descomunal, nada de aprovechar el ágape tipo buffet para racanear. Segundo, los carajillos de whisky que se tomaron dos de mis colegas de tertulia eran de Cutty Sark. Tercero, como el 80 % de los asistentes no se tomaron el carajillo (que entraba en el precio), a los cuatro que quisimos repetir no nos lo cobraron, y encima nos dieron una explicación (“hombre, una cosa por la otra, casi nadie lo ha pedido”). Era la postura lógica, pero en hostelería la lógica no siempre es la norma...
De cincuenta seres humanos, sólo una docena llegamos a la siguiente cita, que fue visitar a las 2 AM un local musical de la calle Fusina. La selección melódica era “moderna” pero uno estaba tan cocido, y tan emocionado porque había coñac Príncipe entre la botellería, que ni me enteré de qué cojones ponía el DJ. Estuve hablando del Espanyol con Bernat, de asuntos diversos con Fede y de algo más no recuerdo con quien. El brandy, magnífico, ni garrafa ni nada. Era de verdad.
Siguiente estación, el Magic, en busca de música más acorde con nuestro estado de ánimo. Sólo entramos los cinco magníficos: Albert, Juanjo, Fede, Carlos y servidor de ustedes. La hora, las 3.30 h. Primera tragedia, no hay coñac. En fin, habrá que mezclar y el Cutty Sark es siempre una buena opción. Seguimos arreglando el mundo. Nos abandonan Albert y Juanjo. Los tres últimos de Filipinas vamos a la pista, menda luciendo su camiseta FBI (Fòrum Blanc i Blau d’Internet). Las rondas se suceden y voy a la barra a pagar la mía. Me sirven las tres copas, y juraría que el camarero (a pesar de mi evidente estado etílico) no me las cobró, ante el gesto de alguien que no recuerdo quien era. ¿Sería por mi belleza natural? ¿Sería por el escudo del Espanyol que llevaba en la camiseta? ¿Sería por lástima ante mi estado lamentable? ¿Sería porque soy amigo de alguien que es habitual y se acordaban de mi careto? Sea por lo que sea, volveré por allí a dejarme los euros por este detalle...
Cerramos el local, paseo en zigzag. Taxi. Llegada a casa a las 7.20 AM. Sigo vivo. ¡Albricias!
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