sábado, 18 de noviembre de 2006
Memorias alcohólicas (IX): Horrores diversos
No todo los recuerdos de brebajes alcohólicos son positivos. Hay bebidas como el calimocho que nunca fue de mi devoción, y que me causaron más de un ataque de acidez. Será una pócima muy popular y barata, pero a mí me sabía a agua de fregar. Y os juro que en esa época no era un exquisito. Otra mítica sustancia de difícil trago era el Dubois, fuera rosé, semi o radiactive. La ratafia y los aromas de Montserrat también costaban lo suyo, a pesar de los intentos de los colegas de intentar acabar la botella ofreciéndote una copita. Con el Cynar y el Calisay no me atreví, reconozco que soy un cobarde. Y el Estomacal Bonet, con su color fluorescente, tampoco me atrajo nunca. Pero nada tan malo como algunos productos anisados, como el Ricard u otras marcas de pastís. Recuerdo que compré unas ampollitas de “extracto”, que se tenían que diluir en agua y añadir alcohol de 96º para conseguir un “rico” pastís. El sabor del brebaje oscilaba entre el zumo de suela de zapato y el agua del río Besós a la altura de una empresa de detergentes.
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